¡LA JUSTICIA NO TIENE OLVIDO!
La muerte,
tan incomprensible, contradictoria y desgarradora como desde el principio de
los tiempos, otra vez nos toca de manera sensible. 51 personas muertas
injustamente y más de 700 heridos padeciendo la desidia y la inoperancia de las
autoridades responsables que salen a buscar sus mejores respuestas en un
discurso de marketing político que hoy sólo habla de hipocresía. No hay excusa posible. ¿Y? …el pueblo
indignado en una tensa calma.
Sólo una anécdota más
Yo he
viajado en el tren Sarmiento, hoy la línea de la muerte. No se si viene al
caso, pero hago memoria y siento que fue
el día en el que me sentí más miserable y poca cosa. Era una tarde como todas y
por suerte esa vez todos llegamos vivos a la estación de Once, en el centro de
Buenos Aires. Pero parte de mi dignidad como ser humano quedó herida.
No era el
mejor de los días, hacía frío y llovía. Estaba a 37 Kilómetros de
Buenos Aires Capital, en la localidad de Moreno. Vestida como para comprar un
Mercedes Benz, a las 16 horas mi
compañero de viaje y su auto me dejaron por una urgencia en la concesionaria
donde yo actuaba de “mystery shopper” (compradora incógnita). Evaluaba
la calidad de atención del personal, en otras palabras trabajaba de “chusma”,
“sapa”, “buchona”, que se yo! en fin, mentía mi identidad. Supuestamente iba a
comprar un auto. Para que pareciese real me encajé un elegante traje de cuero y
tacos símil reptil con su cartera haciendo juego. Cumplí las órdenes del manual de la empresa.
Cuando salí se largo el chaparrón. No había taxi, autobús ni nada que pudiera
tomar y menos pedir ayuda a los vendedores, porque era obvio que la dama que
presumía la compra de un Mercedes, venía elegantemente motorizada. Tome mi
orgullo de “actriz” y salí buscando el supuesto auto que me esperaba. Caminé puteando desde el inventor de los
tacones, hasta la tipa que me contrató
para el bendito trabajo. No sé cuantas cuadras, ni cuantos transeúntes miraron
mi imagen patética y ridícula. Era literalmente un sapo de otro pozo.
Entre el
local de la Mercedes Benz
y la estación de tren hay un barrio humilde, de gente trabajadora, obreros, es
decir no era el escenario para mi ocasión.
Lluvia, sarna y paciencia
Por fin
llegué a la estación llena de frío y rabia. Traté de refugiarme en el pequeño
techo de la plataforma pero no había lugar. Cientos de personas apeñuscadas
trataban de resguardarse bajo el pequeño alero entre una jauría de perros
mojados comandados por un demente que gritaba injurias contra el presidente.
Logré
hacerme de un lugar, mientras los hambrientos canes se paseaban refregando su
pobre olor en mi humanidad. La impaciencia se volvió oxigeno. Hacía una hora el
tren que debía pasar por lo menos cada 15 minutos no llegaba. Rumores, puteos
y el loco se volvió más cuerdo que
nunca. La gente se hizo eco de sus gritos y con razón golpeaban las barandas de
la estación.
Gente
cansada después de un día de trabajo, hambrienta y con la impaciencia acumulada
se empujaban unos a otros para ubicarse en la primera fila del andén.
Ya no era
dueña de mis movimientos, a esa altura no me importaba el maquillaje escurrido,
ni los tacos que se volvieron pendulantes, ni el frío, ni la ropa de cuero que
tomó el olor del perro que me toco en suerte. La cartera, sí la cartera! La mía
que se hacía ajena se la arranque a una fulana: - No me jodas hoy que no es mi
día, róbame mañana si me encuentras, pero hoy no! Quizás mi cara transformada en odio e impaciencia o
simplemente Dios, pero por suerte la ladrona me la devolvió y focalizó su meta
en otro ser. La masa de gente sudorosa, mojada con rabia me mecía a su antojo y
así media hora más. Nadie de la empresa daba razón de la ausencia del tren.
El añorado tren
¡Por fin
llegó! Y ni cuenta me dí. Me subieron a empujones y de repente estaba
aprisionada dentro de un vagón, no podía mover ni un dedo. Me resigné pensando
que en una hora llegaría a destino, pero antes de que me consolara se paró el
tren en medio de la nada. No me desplome de cansancio porque la gente por
inercia me sostuvo. No lloré porque me acorde cuando en Bogotá, en un bus era
tanta la gente que alguien grito: ¡allá la señora que abra la boca para que el
señor acomode el codo!”, en mis adentros me sonreí, claro, sin abrir obviamente
la boca por las dudas.
Los niños
lloraban, las mujeres se lamentaban y la gente en medio de todo guardo la
compostura porque no había opción. Unos cuantos osados en plena lluvia se
bajaron por las ventanas y hay quienes dijeron: seguro son los que tienen plata
para pagar el diferencial. Ahí me entere de que era posible un autobús. ¿Porqué
no lo tome?
No se cuanto
tiempo pasó, pero arrancó. Paramos en una estación que parecía la única puerta
de salida en una escena de horror. Había tanta gente acumulada y desesperada
por entrar, que en el forcejeo se me fue el aliento y terminé en el primer piso
de un vagón. No podía respirar, las ventanillas cerradas, la gente que sólo
trataba de sobrevivir. Terminé media nalga en el brazo de una silla en donde una buena señora
que estaba sentada me hizo un poco más de lugar. Por fin se movió el tren y mi
penuria algo se alivió. Era invierno y en el primer piso las ventanas estaban
selladas. Se empezó a evaporar en medio del calor humano la humedad de la ropa,
el agua de la lluvia salpicada en el andén por los pobres perros. Por cierto
afuera no cesaba. El vaho en los vidrios transpiraba en gotas con olor a sudor
y trabajo. No se podía respirar.
Supongo
que alguien quiso hacer catarsis y prendió un pucho. Y la reputa madre que lo parió!
Otros decidieron hacer lo mismo. No había aire, no había lugar, no había
paciencia, decoro, nada. No era un cigarrillo cualquiera. El olor a marihuana impregnó el poco oxigeno que nos
quedaba. Nadie dijo nada, ni siquiera con las miradas nos hicimos cómplices de
una protesta muda. Supongo que ya era habitual, yo era la única indignada. Era
una pasajera literalmente de un día, de paso, de nunca más!
Almizcle con pegamento
Las 16
estaciones me parecieron un viacrucis. En el fondo reflexionaba y me daba
ánimos pensando que por suerte el bendito tren no lo tenía que tomar todos los
días. Era problema de otros, esos pobres otros.
Sentí una
manito en mi hombro que aprisionaba una bolsita con Poxiran (pegamento de
contacto con el que se drogan algunos chicos) cuando ya pensaba que más no
podía pasar. Un montón de niñitos de no más de 10 años se subieron en una de las estaciones. No tuvieron mejor idea
que pedir dinero haciendo pie en los respaldos de las sillas, los hombros de la
gente, mi cabeza. Que mezcla de todo! A esa altura no se podía esperar viajar
dignamente. La resignación y la espera eran la única opción. La señora que me
presto el brazo de la silla en que viajaba no daba más! Me lleno de su queja,
me taladró los oídos 4 estaciones. Porque no podía respirar, porque las
rodillas le dolían por la humedad y el reuma, porque el olor le dio arcadas y amenazaba
con vomitar. Yo no podía moverme ni para buscar una bolsita plástica en la cartera, temía por la
integridad de mis prendas. Por suerte el tren anduvo a tironazos, pero anduvo,
esa era mi única real preocupación. El resto: el olor a marihuana, los pendejos
hambrientos con su olor a pegamento que pedían moneditas, la vieja que me
taladraba mi preocupación, la gente que empujaba, el olor a mierda, a perros
sarnosos, sudor… todo junto, ya no representaban un problema, la única preocupación
era llegar a la estación de Once.
Lluvia con lágrimas
Por fin
llegamos. Llovía con fundamento, con todo el viento y la furia. Quede atrapada
en la escalera hasta donde me llevaron. Era el caos. La gente salía a expensas
de su propia fuerza. Me quede paralizada y me dije cuando terminen de matarse
salgo tranquila. Me agarre de la baranda y no se porque pensé que la situación
era como la de un cine: esperar que salga la mayoría de la gente y al final,
sin prisa, salir tranquila sin los empujones del tumulto. -¡Despabílese
querida! - Me gritó un hombre. – No ve que si no sale ahora la gente que esta
entrando no la va a dejar pasar!- me agarró
del brazo y tras él asustada vi como los más fuertes de la “manada” se
agarraban del marco superior de las ventanillas y se impulsaban con los pies
para poder entrar. A esa altura salió lo peor de mi y con todas mis
fuerzas me abrí paso, sintiendo como mi
ropa de cuero, lejos de ayudarme, se pegaba en las bolsas plásticas mojadas que
llevaba la gente. No me importó y seguí, sentí que se rasgo mi falda, rompí un
taco, pero salí.
Era
libre! Caminé por los pasillos en busca de un taxi, de esos que la civilización
nos brinda. Sólo diez cuadras me separaban de mi remanso de paz, mi casa. Llegue
caminando, pero no me importó. Llegue sudada de frío propio y ajeno, llorando
impotencia, oliendo a perro sarnoso, con el pelo batido al humo de marihuana,
con la ropa rasgada y sin un taco. Pero superé al tren Sarmiento y me dije
nunca más!
Realmente
compadezco a la gente que todos los días tiene que tomar ese tren de mierda.
La línea
de trenes del Sarmiento desde hace años grita emergencia. La desidia, la
inoperancia, la falta de control, mantenimiento y por sobre todas las cosas la falta de respeto
por la vida es la filosofía de las autoridades y responsables de todas las
victimas inocentes que han perdido la vida sobre ese tren de la muerte.